Mireya Pérez es intérprete y traductora en el campo educativo, pero empezó su carrera profesional como intérprete en el área de la medicina después de haber recibido su certificación nacional como intérprete médica.
En su distrito escolar, creó sistemas y procedimientos para generar conciencia sobre el papel de los intérprete del ámbito educativo, y recientemente lanzó un pódcast para dar a conocer las historias de los profesionales de interpretación y traducción por todo el mundo. Hoy en día, forma parte de un esfuerzo nacional para ayudar a profesionalizar el papel de intérpretes y traductores en el campo educativo.
Desde su casa en Temécula, al sur de California, y en pantuflas (esas que no dan más de tan maltrechas, pero que no se las sacan ni a punta de pistola), Mireya nos cuenta que la interpretación fue una profesión que la encontró a ella, y no al revés. Recuerda de pequeña estar en tribunales con su madre y haber visto un aviso en el que pedían personal bilingüe para asistir en las audiencias. Pasados los años, ese recuerdo volvió a su mente y decidió ingresar en un programa de interpretación comunitaria, con intención de trabajar en tribunales.
Pero en el año 2009, la situación económica y social no era buena, y en tribunales no estaban contratando intérpretes (más bien la mayoría no estaba trabajando). Miró para otro lado y vio que donde sí se contrataban intérpretes era en hospitales. Así fue como comenzó su recorrido como intérprete en el ámbito médico, en un hospital en San Diego donde fue recibida con los brazos abiertos, aprendió muchísimo y vivió una excelente experiencia, tanto humana como profesional. El problema era que los hospitales no cierran nunca, los horarios rotativos empezaron a complicarle su vida familiar. Entonces apareció la escuela y la sensación de estar en el lugar perfecto para ella.
A diferencia de lo que cualquiera creería, un día de trabajo normal para Mireya no se trata de la comunicación directa con los estudiantes, como es el caso de los intérpretes de lenguas de señas, por ejemplo. Los intérpretes y traductores del ámbito educativo asisten al personal docente y administrativo en reuniones, y son un nexo fundamental entre la escuela y los padres, para mantenerlos informados y comprometidos en la educación de sus hijos, ya sea interpretando en las reuniones o traduciendo las comunicaciones oficiales y otros documentos.
Mireya aplicó todas las habilidades de organización que aprendió en el hospital para darle un marco más profesional a la labor de intérpretes y traductores educativos, pero cuando ya estaban más o menos encaminados, llegó COVID y los dejó patas arriba. Desde su casa, veía pasar comunicación tras comunicación sin traducción, y nadie los involucraba para que hicieran su labor. Desesperante es poco. Así que, como bien dice Mireya, «o somos parte del problema, o somos parte de la solución»: decidieron hacer un poco de ruido, se metieron en las conversaciones y se adaptaron a los cambios sobre la marcha.
Ella se define como «romanticona», pero en el sentido de brindar más y mejores herramientas para ayudar a otros. Esta necesidad de comunicar, que ya una maestra le había marcado de chiquita, y de compartir lo que uno sabe, algo que vivió en carne propia con sus generosas colegas del hospital, se sumaron a sus ganas de hacer algo más por la profesión y así nació su pódcast Brand the Interpreter, con el que buscar compartir la experiencia personal de otros colegas, con el fin de inspirar a más personas y lograr una mejor conexión humana. Este proyecto va de la mano con su visión de que, para darle mayor visibilidad y valor a nuestra profesión, es necesario armar comunidad y equipo. Aunque cada uno tenga su especialización, los intérpretes son intérpretes, concluye Mireya, y dice que le gustaría que hubiera más colaboración entre todos, juntar las experiencias para mejorar y ser más fuerte juntos. Esto es lo que vio Mireya a raíz de la pandemia, porque gracias a los colegas que compartieron generosamente la información que tenían para hacer las interpretaciones remotas, ella pudo encontrar la solución a la falta de su servicio en el distrito escolar.
Con esa dulzura que le desborda, Mireya contestó rapidísimo la última pregunta y dijo que se diría a ella y a toda persona que le pregunte: «No tengas miedo a brillar».
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